Antes de empezar a rajar como si no hubiera un mañana...
Reconozco y no me escondo (básicamente, porque si me escondo… mis amigas vendrían a tirarme piedras al grito de: ¡Pero qué dices!) que siempre he sido la soltera de oro de mi grupo de amigas y si me apuras de amigos también, ¡oye! que yo ese puesto me lo he ganado a pulso durante el trascurso de los años que tengo, que tampoco son muchos, pero algunos sí. Últimamente cuando me preguntaban si me iba a echar novio yo respondía con un…
¿Yo? ¿Por qué?
Además, también era habitual que preguntará lo que para mí… eran cuestiones de vida o muerte, preguntas trascendentales que cambiarían el curso de toda vida humana.
¿Qué come un novio? ¿Lo tengo que sacar a pasear? ¿Qué hago con él? Y la más importante todas, ¿puedo mojarlo?
Porque todo el mundo ha visto a los Gremlins y sabemos que no están para una
tormenta. Y tú, sí tú… qué dices que no has visto los Gremlins… pues no te
gustaría, porque seguro que tenemos año arriba, año abajo la misma edad.
Así que el hecho de compartir mi vida con otro ser humano (claro, esto después de todos los gilipollas que me han tocado en la vida, pues oye… una tiene ya un rodaje por corto que sea) me parecía una puta locura, pero de locura de las de… ¡para encerrarte! Lo de tener hijos, ya ni os hacéis una idea. Qué todo el mundo sabe y si no, os lo cuento yo ahora que yo soy más de cachorritos, de esos que tienen cuatro patas, mucho pelo. Bueno, quizás no es el mejor ejemplo eso de las cuatro patas...
¡Pero me habéis entendido perfectamente!
Qué
una cosa os voy a contar y esto ha pasado como que me llamo Valentina Roma… El
otro día (bueno, todo el mundo sabe que el otro día puede ser ayer o el día
de mi nacimiento ¿estamos o no estamos?) iba yo andando por la calle con mi
amiga Almu, quién dice calle dice por todo el centro de la Plaza Sant Jaume de
Barcelona y me suelta: ¿Viste a ese chico? Oye, qué parecía un pollo sin
cabeza, porque a mí es que estás cosas se me escapan. No lo entiendo,
quizás el radar ese de encontrar a chicos guapísimos lo tengo desactivado ya de inicio, porque siempre me ha pasado lo mismo. Creo que cuando el
gobierno nos deje salir, dejaré de ser la escudera de mis amigas porque no estoy dando una.
Eso
sí… deja que me cruce con un cachorrito de esos que tienen la barriga gorda,
qué te digo la raza, el color del collar, la correa y si me apuras me acuerdo
del color de los ojos.
Y no, a los niños tampoco los veo, no sé, mi mente debe de pensar que son entes que se mueven o algo… cuando empiece a fijarme en ellos, quizás tenga que empezar a preocuparme, o no… quién sabe, quizás cuando empiece a fijarme en ellos no tienen tanta mala fama.
Está
bien, nada mejor que la vida misma para darte la madre de las ostias
cuando menos te lo esperas y verte a ti misma comiendo arroz con leche del
mismo plato que tu pareja y decirle con voz de gilipollas, “Amor, límpiate
ahí que te has manchado un poco”. ¿En serio? ¡En serio! Os lo prometo,
de verdad verdadera.
¿Quién soy? ¿Qué habéis hecho conmigo?
Así que hoy voy a dedicarme a tirarme piedras sobre mi tejado ya buscar las cinco cosas (quizás tengo muchas, pero así a voz de pronto son cinco) que negué en rotundo que haría y ahora, ejem…
¡Vamos a empezar!
1. Compartir
comida.
En mi puta vida, jamás. Yo soy, o era, mierda… ¡ya no sé qué
cojones soy! Bueno, era alguien que se pedía la comida para ella sola. Lo mío
era mío y no se tocaba, jamás, en la vida. Quizás y solo quizás, si te habéis
portado muy bien conmigo te comías una puta patata frita de mi plato y aún habiéndote
dado la patata está claro que te iba a odiar durante un largo rato por haber osado a
pedírmela. ¿Ahora? Ahora soy un ser humano que dice; “Prueba esto, ¡Está
buenísimo!” En serio, ¿Quién cojones soy y qué habéis hecho conmigo?
Esto, está claro que es porque he pasado mucho tiempo confinada…
2. Utilizar
apodos cariñosos para referirnos al otro.
Lo peor de todo, es que los he odiado toda mi vida y me he reído
mucho, muchísimo de mis amigas. ¡Qué cojones! Era la persona que decía, mi
madre me ha puesto un nombre para algo, ¿sabes? No, para que vengas tú a
llamarme como se te antoje. Está claro, ahora los uso a diario. Mi boca los
escupe sin pedirle permiso ni nada a mi cerebro y no hay nada que pueda hacer
contra ello.
3. Poner una
foto de perfil de los dos.
¡Es que en mi santa vida! ¡Esto sí que no! ¡Lo odiaba! Odiaba a
las parejas que se ponían la foto de perfil en la fuente del centro besándose,
era repulsión máxima y ahora mírame… Con mi foto de los dos y mi sobrina. ¡Qué
monos que estamos los tres!
4. “Buenos
días, amor”
Yo soy marmota de nacimiento, soy de las que se quedaba dormida a
mitad de una conversación, sin despedirme ni nada, a tumba abierta iba y cuando
me despertaba… hasta que no me tomaba mi señor café y algún bollo… NI DE COÑA
LE HABLABA A NADIE y menos un “Buenos días, amor. ¡Te he echado de menos hoy cuando me he despertado y no te he visto!”
Solo me falta ponerle su camiseta de pijama a una almohada. Es que, de verdad,
si mi yo de hace un par de años me viera… me pegaba un puñetazo en el ojo que
me hacía las sombras instantáneas.
5. De que le
compres un cepillo de dientes a compartir armario.
Gente, creo que este es el paso definitivo hacía el amor. Un día, hart@ de llevar de excursión a tu cepillo de dientes para arriba, cepillo de dientes para abajo y mientras estás en el supermercado piensas; “Es un cepillo, ¿por qué no?” Y cuando menos te lo esperas, estás apretujando todas tus pertenencias para darle cabida a las de otra persona. Si permites amontonar tus bragas para que entren sus calzoncillos…
Cariño, ahí ya no hay marcha atrás que valga.
Seguro que mis amigas
ahora mismo están pensando… ¡Eso es solo el principio! Puede ser, ya os he
dicho que solo se me ocurrían cinco. ¡Dadme tiempo, que seguro que en unos meses más lo peto!
Gracias vida, el Zas lo
ha escuchado un amigo mío que vive en China y ha dicho que ha quedado oye, pues
precioso. Con su eco correspondiente y todo.
Es divertido ser yo, aunque a veces… es difícil y más cuando el guionista de tu vida le da a escondidas a la ginebra y aún así, me encanta quitarle el nórdico a mi pareja, echarle de la cama o hacer bizcochos cual maruja de barrio.